Por Martha Chapa
Una moda horrenda empieza a ganar
espacios en México: el sexting.
Se trata de una modalidad
que se ha extendido en otros países y que, aunque incipiente, fluye ya entre
grupos de jóvenes de nuestro país, muchos de ellos menores de edad.
La palabra sexting, anglicismo formado por la
contracción de las palabras sex y texting, se usa para denominar al
envío de mensajes de contenido sexual a través de teléfonos celulares, y es una
práctica difundida sobre todo entre los adolescentes. En el inicio de este
fenómeno eran mensajes de texto –de ahí el nombre que se le dio–, pero en la
actualidad se intercambian sobre todo fotografías y videos. En ocasiones estas
imágenes no sólo se diseminan a través de los teléfonos celulares sino también
por medio de la Internet, a través de las redes sociales.
En su mayoría, estas
imágenes son captadas por los propios jovencitos e intercambiadas de manera
voluntaria, como un juego, sin que medie alguna reflexión sobre las posibles
consecuencias de esas prácticas; por ejemplo, que caigan en manos de pederastas
o delincuentes involucrados en la pornografía infantil. Además, ya se han dado
casos de imágenes grabadas en contra de la voluntad de quienes aparecen en
ellas, lo cual implica un acto de agresión.
Así, empiezan a aparecer en las
pantallas imágenes con contenidos
sexuales, a veces de personas del propio círculo de amistades o compañeras de
escuela totalmente desnudas, evidentemente contra su propia voluntad.
El asunto se agrava cuando
va asociado con prácticas delincuenciales, como le ocurrió recientemente a una
estudiante de preparatoria que asistió a una fiesta invitada por sus compañeros
de clase, se embriagó, perdió el conocimiento y fue violada por siete de ellos.
La jovencita no recordaba lo que le había ocurrido hasta que una de sus amigas
le informó que en la escuela estaba circulando un video en el que aparecía con
varios muchachos que abusaban sexualmente de ella. La víctima, por fortuna,
tomó la valiente decisión de presentar una demanda penal contra sus agresores. Los
violadores fueron ya detenidos y esperamos que reciban penas que los recluyan
largo tiempo en la cárcel o en centros de readaptación, pues cinco de ellos son
menores de edad.
Pero más allá de estos
dolorosos hechos –y otros similares que pueden haberse registrado y no se han
divulgado–, estamos a tiempo de establecer una serie de estrategias y acciones
que sancionen y castiguen tales ilícitos. Por eso, varias organizaciones no
gubernamentales reaccionaron de inmediato para exigir a las autoridades y a los
legisladores, en particular a la Asamblea del Distrito Federal, que hagan una
revisión de los ordenamientos legales con miras a introducir reformas y
adiciones que regulen tan preocupante fenómeno en el ámbito de la comunicación
social.
Los organismos que se
vinculan a campañas contra la violencia intrafamiliar y a favor de los derechos
de la mujer, han recomendado que se establezcan duras sanciones a quienes transmitan
estos mensajes, que bien pueden tipificarse como de pornografía infantil.
Además, se pide que quede claramente asentado en la ley que es ilegal usar
imágenes de otras personas sin su consentimiento, y que con este tipo de
prácticas se violan los derechos humanos y el delito pudiera considerarse
también como daño moral.
Porque las ciudadanas y los ciudadanos
no podemos quedarnos cruzados de brazos y simplemente consentir o
acostumbrarnos a este tipo de mensajes, ya sea que se transmitan a través de
los teléfonos celulares, por la Internet o por cualquier otro medio. Debemos oponernos
drásticamente a estas prácticas tan lesivas a la dignidad humana, pues de otra
manera nos convertiremos en cómplices de un mal social y hasta podríamos caer
en acciones ilegales.
Urge que los legisladores –es
decir, los diputados locales de nuestra ciudad capital– formulen a la brevedad
una iniciativa de ley en este ámbito, que con seguridad será respaldada por
todos los partidos políticos representados en la Asamblea Legislativa, a fin de
que se corten de tajo estas vilezas o, en su defecto, remitir a la cárcel a
quienes las promuevan o ejerzan.
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