Psic.
Esther Guadarrama Benavides
Los amantes, como diría Sabines, se quieren en lo
obscuro, en la noche, en donde no son vistos. Yo diría que buscan encuentros
furtivos en donde se entregan por completo, un poco por adrenalina y otro poco
por complicidad. Los amantes son amigos, juegan, se divierten y construyen un
universo que recorren entre cuatro paredes, absortos de todo lo que les rodea.
Se saben vistos y se esconden, se saben vulnerables y evitan hablar de temas
que puedan comprometer la fragilidad de su relación. Se saben queridos por
instantes y añorados a todas horas. Los amantes se eternizan en el tiempo,
porque de que otra manera podríamos llamar a la aventura. Los amantes sueñan y
construyen mundos paralelos perfectos que saben nunca podrán habitar y se
duelen en la distancia, en la falta de piel y cercanía, en los silencios
telefónicos que sólo indican que no pueden ser escuchados ni llamar, que no
pueden ser vistos, que son escondidos, prohibidos.
Un beso de un amante es tan refrescante como el rocío por
la mañana; todo es frescura, las pláticas, los juegos. Los amantes construyen
castillos en el aire y los habitan, pues qué más podrían hacer. Son los amos
del destiempo, “no nos conocimos a tiempo, si te hubiera conocido antes”. Los amantes son locura por definición, y creo
que en ello radica gran parte de su encanto.
¿Pero por qué las relaciones formales pierden todo esto
que sí tienen los amantes? Por la distancia que se forma en la rutina, en lo
cotidiano, en los deberes, que nos van alejando cada día más. Los amantes
tienen ese primer encuentro del ser amado, tienen la magia del primer amor con
la experiencia de muchos más. Son aparentemente un tesoro perdido y cuando se
encuentra no se quieren dejar ir, se convierten en la perla más preciada,
aunque sólo brillen de noche, en la obscuridad. Son como vampiros, nacen en la
noche, la habitan y ahí deben permanecer. Cuando los amantes cambian de
posición y salen a la luz, se calcinan, dejan de ser lo que fueron y se
convierten en lo cotidiano.
El amor es un juego limpio que nace en la luz, los
amantes en cambio son pasión, aventura, desenfreno y, por qué no, a veces
ternura y consuelo.
Los amantes brindan ese espacio de emoción perdido,
porque no hay compromisos, ni promesas por cumplir, no hay ataduras, pero a la
vez, duelen, porque al final nos enamoramos, aunque sepamos con claridad que no
puede ser; el corazón y la cabeza no pueden distinguir lo que es real de lo que
no lo es. Y aquí comienza el sufrimiento. Generalmente una parte sufre más que
la otra, porque muchas veces una tiene una relación formal e incluso familia y
la otra no; así comienzan los desequilibrios, el amor no puede darse por
principio de cuentas en la diferencia, se llama injusticia, y ése no es el
territorio del amor, pero sí del ego, que quiere tener más, que quiere poseer,
que sólo quiere sentir placer a costa de lo que sea.
Aunque un amante no pretenda ser cruel, termina siéndolo,
por tantos y tantos impedimentos, como podría ahí florecer el amor. Los amantes
o los frees, como modernamente son
llamados, no son más que piel, deseo, son tantas cosas retenidas y no
compartidas. Son miedo al compromiso, miedo a vivir una vida de pareja, son una
huida fácil, una droga, porque por supuesto que son adictivos.
Tan mágicos y tan efímeros, se disuelven en lágrimas, que
son lloradas amargamente, porque no hay una relación que se sufra más y que
duela más que la lejanía o la partida de un amante. Son alucinaciones en el
desierto, oasis inexistentes, sueños fugaces.
Son pura y plena idealización, lo que no significa que el otro no sea
maravilloso, pero es maravilloso porque no está de planta, porque no se quedan
en la cotidianidad.
Volteemos entonces a las relaciones duraderas, a los
compromisos de vida, a toda la dificultad que ello implica, porque tener un
compañero de viaje, es la gran aventura, cambiamos, envejecemos, se concentran
nuestros caracteres, pero al final, estamos juntos, unidos, con tantas
historias a cuestas, batallas ganadas y perdidas. Tal vez una relación larga
vaya perdiendo la frescura de los amantes, pero si sabemos que la vida se
define por detalles, podremos entonces colocarle un poco de la emoción perdida.
Un fin de semana fuera de casa, ir al cine, flores para un día especial o sólo
por querer darlas, sonrisas, juegos, todo eso se puede tener. Porque el amor se
cultiva como una flor, se le cuida, se le da agua, se sigue su proceso en las
estaciones de la vida.
Un amor duradero, es la verdadera magia, saber que
alguien ha seguido el rastro de nuestra historia, la que hemos construido
juntos, aquella que por momentos nos hace reír, nos distancia por la presencia
de los hijos y las edades productivas que son tan ocupadas y estresantes, pero
después, nos devuelve al inicio, al ser amigos, amantes, compañeros. Creo que
nada puede ser cambiado por esto, porque al final, las cosas que más valen la
pena en este mundo se cocinan a fuego lento, con paciencia y con amor.
No condenemos a los amantes, pero aprendamos de ellos,
aprendamos que es importante mantener la frescura, la emoción, el juego, las
risas, la complicidad. Todo lo que un
amante nos puede brindar como un espejismo, lo podemos tener de vuelta si
volteamos a ver a nuestro compañero y le sonreímos, si somos caballerosos,
amables, si cocinamos lo que les gusta, si somos detallistas, si recordamos las
verdaderas razones que nos llevan a estar unidos. Si recorremos nuestra
historia, nuestras batallas, si podemos dejar atrás nuestros rencores y todo lo
malo que nos hemos hecho, porque quién mejor que nuestro compañero de vida para
recorrer el camino; quién mejor que alguien que nos conoce de cabo a rabo, a
quien no podemos engañar, pero con quien podemos ser felices siempre y cuando
con constancia y dedicación, lo hagamos reír, soñar, disfrutar, y sentir todo
nuestro amor en nuestra presencia. Yo creo que no es tan difícil, no debemos
dar nada por sentado, porque el día en que pensamos que el otro está ahí como
parte de la decoración o del mobiliario, nosotros mismos nos hemos perdido. Por
qué no darle a esa persona que ha estado todo este tiempo a nuestro lado esa
magia que podríamos darle a un amante; al final, es algo merecido, ganado y
demostraría en realidad que el amor vale la pena conservarlo y cuidarlo, que no
tiene fin y que puede iluminar todos nuestros días hasta el momento de partir.
guadarrrama_esther@yahoo.com.mx
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