Esther
Guadarrama Benavides
Vivimos en un
mundo cada vez más violento y menos horrorizado ante todo lo que sucede. Nos
indignan las grandes matanzas y todo lo que transcurre en nuestro planeta. Pero
¿en dónde habitan los enemigos? La repuesta obligada es en la casa. Cada día más
hogares se ven destrozados, los juzgados en materia familiar están rebosantes
de divorcios, pleitos sin fin, en donde según el número de tomos del
expediente, se puede verificar el nivel del pleito. Declaraciones vergonzosas
yacen en las miles de páginas sin sentido que obran en los expedientes. Pruebas
y alegatos de realidades falsas pinceladas con odio y, en medio de todo, los
niños, los pequeños cuyo pecado mortal es querer a ambos padres juntos. Niños
engañados, amedrentados, alienados, forzados a dejar de querer a mamá o papá
porque sin explicación alguna, se han vuelto el brujo o la bruja del cuento.
Es indignante
ver a los niños utilizados como carne de cañón; deberíamos todos estar
avergonzados de utilizar a los pequeños de esta forma. Y creo que una de las
principales razones es que olvidamos lo más importante, cada uno de ellos
representa un milagro de vida.
Bajo estas
circunstancias, echamos por la borda todo lo importante cuando nuestra vista se
encuentra enfocada sólo en destrozar “al enemigo”, aquel que en un momento era
la persona más importante y que en un dos por tres se convierte en el más
odiado, sin darnos cuenta que justo es la pareja el espejo en el que nos
reflejamos. Es decir, odiamos lo que el otro tiene y siempre queremos
cambiarlo, cuando exactamente esto más odiado es lo que más tenemos nosotros
pero no queremos reconocerlo. Estoy segura que podría afirmar sin temor a
equivocarme, que los que se divorcian tienen la misma patología, pero en
espejo; lo que uno es en pasivo, el otro es lo mismo pero en activo. Mientras
uno grita y es un loco desenfrenado, el otro es un pasivo contenido, pero con
el mismo desenfreno por dentro. Se divorcian porque no toleran ver en el otro
lo que más le choca de sí; se divorcian no por falta de compatibilidad, sino
por igualdad de circunstancias emocionales. Es bien curioso verlos y
observarlos y darse cuenta que se odian porque el otro representa lo más odiado
en sí mismo; no se pueden ver porque las características de personalidad del
otro son exactamente las que se tienen.
Entonces ¿qué
es lo que faltó? Yo diría que construir el nido. Hoy en día corremos para todo,
todo es aprisa. Cuando despierto estoy segura que me he convertido en el conejo
de Alicia en el País de las Maravillas, y el día se va en “se hace tarde”.
Vivimos así, corriendo, y no pensamos ni por un segundo, que existen cosas para
las cuales no podemos correr. La principal de ellas, para el amor. Si bien es
importante enamorarnos, gustarnos, ver nuestras compatibilidades e
incompatibilidades, también es bien importante convivir con la familia, es
decir, con el mundo de donde proviene el otro. Algunos provienen de Disneylandia,
otros de la casa del horror, otros de la casa del silencio, el castillo de la
pureza; en fin. El lugar de donde proviene el otro y su gente, son tan
importantes como dar el primer beso o hacer los primeros planes. Posterior a
esto viene la emoción del compromiso, y pensamos que todo tiene que ir en
cascada, la boda, los niños, la familia y todos felices. Pero momento; para que
una familia pueda crearse, es necesario hacer nido. ¿Y qué es hacer nido? Es
colocar todos los elementos necesarios para que lleguen los niños. ¿Y qué se
necesita? Para comenzar necesitamos integrarnos a las peculiaridades de ambas
familias, que como personas trabajemos en todo lo que nos duele, sanemos en
primera instancia lo que sucede con nuestras figuras parentales, para poder así
ser mejores padres; no podemos pretender ser buenos padres cuando tenemos hoyos
en el alma, cuando odiamos a papá o a mamá, cuando pensamos que aborrecer a
alguno o a ambos padres, es un logro de la adultez. El camino del perdón y de
la reconciliación es necesario, porque a veces no comprendemos cómo afectamos a
los niños con esto. Necesitamos arreglar nuestros pendientes con nosotros
mismos y con la pareja; no podemos iniciar una familia con una pata coja, es
vital arreglar las diferencias. Un niño jamás debe llegar como parche de una
relación, es inaudito, porque lo único que se consigue es un agujero mayor.
Otra cosa
importante es realizar convenios para la educación, que comprende hábitos,
enseñanzas y por supuesto la espiritualidad como un punto medular. Hay tantas cosas
por hacer para construir un nido, y no sólo es pintar un cuarto de color y
comprar las cosas necesarias para la llegada del bebé; es también prepararnos
emocionalmente para él/ella.
Tenemos que
estar conscientes también que la llegada de un bebé implicará de inmediato un
distanciamiento de la pareja; por lo tanto, la pareja debe estar bien
afianzada, con un nivel de comunicación adecuado para soportar la llegada de un
bebé. Muchas parejas se destrozan cuando se comienza a formar la familia, por
falta de tiempo; en el correr no nos damos tiempo de disfrutar a la pareja
antes de la llegada de los niños, nos parece indigno estar casados sin tener
hijos y los familiares no ayudan, la presión es inmensa, siempre preguntando
para cuándo llega el bebé.
Dar su tiempo
a las cosas, sobre todo al amor, es una labor primordial como padres; no se
trata tan sólo de brindar los recursos materiales necesarios para el bebé, se
trata de más cosas, se trata de preparar nuestros corazones para recibir al
nuevo integrante llenos de vida y de amor, lejos del resentimiento y el odio.
Se trata de ser buenos ejemplos para que los pequeñines aprendan buenas cosas
de nosotros. Se trata de ser buenos hijos y cuidar de nuestros padres para ser
un buen ejemplo de cuidado a los demás, se trata de ser congruentes, porque no
importa tanto lo que digamos, sino el ejemplo que demos. Definitivamente el
ejemplo es lo que educa, no las palabras.
Yo pienso que
las mejores cosas de la vida tienen una cocción lenta y que el trabajo que
hagamos con nosotros mismos repercutirá enormemente en nuestros hijos para bien
o para mal. ¡Y pensar que lo que hagamos impactará a cinco generaciones delante
de nosotros! Qué responsabilidad tan grande. Aprendamos entonces de la
naturaleza y aprendamos a construir nidos, porque en el tiempo, esos nidos
serán lo único que quede cuando los chicos crezcan y tengamos que vernos con la
pareja cara a cara, listos para volver a ser novios y vivir la vida y dejar que
nuestros hijos construyan la propia.
guadarrama_esther@yahoo.com.mx
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