Por:
Psic. Esther Guadarrama Benavides
Hay abuelas maravillosas que han llenado los hogares de
amor, figuras conciliadoras que sólo tienen palabras de aliento; a ellas mi
mayor respeto y admiración.
Escalones abajo se encuentra la típica suegra que, cuidando
a su pobre querubín, considera que la nuera es la bruja más bruja que jamás se
pudo conseguir su inmaculado bebé. Sin embargo, todavía es posible lidiar con
esta figura que suele hacerle la vida de cuadritos a la odiada nuera, quien ha
desplazado a la suegra del palco, a las gradas, del corazón de su hijo.
La abuela de la que quiero hablar se encuentra a años luz
del modelo anterior; se ubica en la antesala del seol, sacada de la lúgubre
mente de Allan Poe. Comencemos a perfilarla: es la historia de la madre que
nunca fue una buena madre, no fue atenta, ni cariñosa, ni mucho menos tuvo una
presencia amorosa; fue una madre que
cumplió su papel en el terreno de brindar una casa limpia, alimentación y
exigentes límites de conducta. Pero en muchas ocasiones agredió a su hijo
indirectamente, con el lenguaje despersonalizado y ajeno del que refiere a los demás
como pertenecientes a otra raza, verbalizando cosas como “qué triste es tener
un hijo malagradecido”. Aquella figura materna que en ocasiones conspiró en
contra del hijo, diciéndole al padre algo negativo, algo que encendiera su
furia, porque la relación del hijo con el padre era una diferente, era cercana,
amorosa, de total entendimiento. Y en esto podríamos hacer varias interpretaciones,
desde hablar de los celos, hasta de un enojo por la presencia del hijo. De
cualquier modo, es importante decir que el lazo del hijo con la figura materna,
nunca fue uno sólido, siempre uno que
requiriera un calzador para ajustar.
Seguramente si seguimos el rastro en la historia de la
madre, fue en sus orígenes, una niña o ignorada o mimada, polaridades que
significan lo mismo; puesto que tan agresivo es el que nos ofende con su
indiferencia, como el que nos envía el mensaje encubierto de nuestra
incapacidad para hacer las cosas, haciéndonos todo. Finalmente en este origen
de niña maltratada, crece sin esta conexión entre madre e hija, y por lo tanto,
no puede establecer con su propia hija o hijo este vínculo materno.
La madre poco amorosa, sufre una mutación cuando se le solicita el
cuidado a los nietos, se convierte en la abuelita más linda, abnegada y
solícita que nos podamos imaginar. Esta abuela cuida a sus nietos como si se
tratara de sus hijos biológicos, pero a destiempo, ya que no es ni la forma ni
el tiempo de tomar esas actitudes; tal vez sea la culpa o simplemente que su reloj
se encuentra fuera de ritmo; el hecho es que la súper abuela sale al rescate de
los nietos y los defiende de todos, lo que incluye los propios padres del nieto.
Se convierte en una abuela empoderada, revestida de
afecto y cariño, olvidando su papel de auxiliar, de apoyo, de consuelo, y se
transforma en súper mamá. Porque es así como se ve desde el exterior. Esta
abuela, comienza a confundir a sus nietos; los niños ya no la llaman abuela,
sino mamá “y su nombre de pila”, generando un lazo afectivo con los niños,
ahulado de complicidad. Comienzan así los choques de autoridad, la dificultad para
mantener una línea de mando y límites con los niños; hace que los pequeños se refugien en la
adorada abuela. La abuela súper heroína protectora, distorsiona la imagen de lo
adecuado en los menores, les hace ver que su voluntad es una sacra que debe ser
respetada por todos, les demuestra que los padres son unos exagerados e
irresponsables que sólo saben gritar, pero no cuidarlos.
Estas actitudes van in crescendo, como una enfermedad
degenerativa, y la desvirtuación de la realidad llega a tal punto, que las
encontramos en los juzgados peleando por las custodias de los nietos.
En niveles muy avanzados, convence al hijo o hija de que
la esposa o esposo son malos, son una influencia negativa para los niños,
promueven como orquestadoras los divorcios, se encuentran todo el tiempo en los
juzgados brindando su apoyo incondicional y, por supuesto, se quedan a cargo de
los nietos. Convierten todas sus acciones en una campaña de desprestigio de la
contraparte; no sólo con el hijo o hija, sino con el nieto. Tal vez tendríamos que considerar además de la alienación
parental, la de la abuela. Ésta es una máquina malévola productora de mentiras,
chantajes, que infunde miedos falsos, creadora de realidades paralelas. Es tal
la influencia y el poder de convencimiento que ejercen estas abuelas, que son
imparables e implacables; los hijos ya no saben qué es verdad y qué es mentira.
Pero recordemos, el hijo o hija siempre fue maltratado por esta madre, así que
ahora la madre mala se convierte en madre benefactora, lo que cambia
completamente el esquema, porque ante la falta de afecto del hijo, éste no
puede más que doblegarse a los designios de su niño interior que le dice, “ves,
mi mami sí es buena”. Bandera con la cual se obedece a esta “madre buena” y
preocupada por su hijo y por supuesto, por la luz de sus ojos, su nieto.
Este síndrome de la abuela malvada, que no podría decirlo
de otra forma, porque comprende una serie de signos y síntomas muy específicos,
con etapas de desarrollo y un proceso degenerativo comprobable, es un asunto
preocupante, porque constituye un factor de riesgo para los hogares, y desprotege a los más desvalidos, los niños, aquellos
que sólo tienen la oportunidad de confiar su cuidado a los adultos. Los más manipulables,
pero que al final del camino, sufrirán todas las consecuencias de nuestros
actos.
No podemos entonces ser el hijo que se deja manipular por
una madre mutante; no podemos dejar a los nuestros bajo la responsabilidad de
alguien que sabemos por experiencia de vida, no es la persona más apta para el
cuidado de los niños; nos consta, ha sido nuestra madre, y no podemos tener el
pensamiento mágico de que las personas cambian por generación espontánea.
Sí, es cierto, estas abuelas que hoy muestro fueron niñas
maltratadas; es cierto que requieren de amor y de cuidado, pero también es
cierto que no podemos exponer a los niños a sus dolores, sus carencias y mucho
menos a sus ponzoñosos venenos. Seamos adultos, maduremos, crezcamos, entendamos
que si elegimos a nuestra pareja, fue por algo; si elegimos hacer nuestra
propia familia, somos enteramente responsables de ella. Y con esto no quiero
condenar a todas las abuelas, porque como siempre, en la viña del Señor hay de
todo.
Amores y halagos para las abuelas que se mantienen en su
papel de abuelas, y distancia para aquellas abuelas malvadas, que fueron niñas
maltratadas, pero que olvidaron que el tiempo pasó, que crecieron, y desde hace mucho tiempo era su responsabilidad
la auto-sanación.
guadarrama_esther@yahoo.com.mx
Qué buen artículo. De acuerdo con todo.
ResponderEliminarMi mama es una de esas. Vivo un infierno con ella y mi hija me odia
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